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LA MUJER DEL MARINO

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         Al amanecer su figura hería el horizonte, como una cuchilla roma, sobre el acantilado de piedra, ruidoso, agresivo y desafiante. Sus ojos recorrían la lejanía sin buscar nada concreto, únicamente intentando divisar sombras, luces borrosas o presencias sobre la inmensidad de las aguas. El mar  está vivo, y se mueve como miles de serpientes de plata, brillante y confuso. El mar es el espejo de los dioses, tan eterno como ellos y más vivo que ellos mismos.          El tiempo se desparramaba sobre el rostro de aquella mujer, un tiempo que no existe, que sólo se estira hasta el momento en el que su amado aparezca sobre la sal de los mares, arañando la piel del océano y cubriéndola de virutas de espuma y de aire. -." El tiempo no existe".- pensaba la mujer, porque sólo existía él, su amado,  que  como un dios antiguo, se hacía presente en la mente angustiada y en los párrafos amarillentos de viejos escritos venerados.          Sin la presencia de su amado el tiempo no