METAMORFOSIS DIARIA
Tras el silencio ruge la pasión de la vida. Es el sonido de las palabras que quedan por decir, de los suspiros aun no expresados por los labios de oro del dios de la esperanza. Son puertas que se abrirán al paso de mis pies acariciando la superficie de una nube existencial. Son los atardeceres en primaveras y solsticios que me miran a la cara, para arrancar la sonrisa que siempre llevo dentro.
En tus ojos se dibujan los bosques verdes de la vida, en tus ojos se abren de nuevo las ventanas hacia un mundo diferente y más hermoso. Cada vez que respiro siento en mi rostro el roce de la brisa levantada por las alas de un ángel, cada vez que camino, arrastro tras de mí el manto de un espacio estelar e infinito, y esas gotas de agua que golpearon en pavimento de mi espíritu cederán al brillo crepuscular de un futuro mejor.
He aprendido que todo está en mis manos, como poderes ocultos en manos sacerdotales que elevan sus palmas hacia la bóveda del pensamiento. Los huesos se transparentan y se convierten en el aire dulce y melancólico del atardecer.
No es el día ni la noche lo que ansío, sino el tránsito, porque el cambio es la verdad, la transformación hiriente y feliz de la faz profunda y poderosa del ser. Transformación evolutiva hacia lo diferente de mi mismo, metamorfosis que asombra las miradas del mundo, que recorta un nuevo ser sobre la superficie extremadamente delgada de la dimensión vital.
En tus ojos se dibujan los bosques verdes de la vida, en tus ojos se abren de nuevo las ventanas hacia un mundo diferente y más hermoso. Cada vez que respiro siento en mi rostro el roce de la brisa levantada por las alas de un ángel, cada vez que camino, arrastro tras de mí el manto de un espacio estelar e infinito, y esas gotas de agua que golpearon en pavimento de mi espíritu cederán al brillo crepuscular de un futuro mejor.
He aprendido que todo está en mis manos, como poderes ocultos en manos sacerdotales que elevan sus palmas hacia la bóveda del pensamiento. Los huesos se transparentan y se convierten en el aire dulce y melancólico del atardecer.
No es el día ni la noche lo que ansío, sino el tránsito, porque el cambio es la verdad, la transformación hiriente y feliz de la faz profunda y poderosa del ser. Transformación evolutiva hacia lo diferente de mi mismo, metamorfosis que asombra las miradas del mundo, que recorta un nuevo ser sobre la superficie extremadamente delgada de la dimensión vital.
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