EL ESPEJO

            Es posible que mis actos no sean más que el reflejo de mi interior, es posible que viva en un perpetuo tormento interno, y esto hace que sea agresivo en mis expresiones y mis palabras.
Siento que llevo una nave en medio de una tempestad y que no la puedo dominar, que el timón se me escurre cruelmente, haciéndome daño en las manos.
           Es posible que caiga en el error de Narciso y que me pase la vida mirándome en el reflejo de un lago místico, pero, a diferencia de este ser magnífico, a mi no me gusta lo que veo. Y...la verdad, prefiero que sea así, porque desear otras formas de vida, otras manifestaciones personales de mi propia existencia, me permite alzar las pupilas hacia un horizonte dorado y fuerte, hacia un mundo poderoso, inmerso en el viento de la vida.





          Vivo en la piel de un Dorian Grey proletario y rodeado de la escasez que genera el deseo incontenible, porque el Dorian de Wilde era rico, exquisito, sensual, derrochador, expresión en estado puro del Romanticismo, , inmerso en la orgía de la vida, ácida y  abrasadora. En cambio mi existencia se rodea del sentimiento freudiano de poder llegar a conocer lo incognoscible y, como un mago de la antigüedad, dominar con extraños conjuros y técnicas mágicas cualquier sentimiento.
         Lo único que puedo hacer es romper la luna de ese espejo, como hizo la madrastra de Blanca Nieves, como única manera de llegar a la autenticidad.
       

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