EL ÍDOLO

         Hacía ya varias semanas que R. no tuvo noticias suyas. Era extraño, pasar de un torrente de palabras, risas e ilusiones al mar negro, calmado y yermo del silencio. R. decidió dar el paso y deslizó la yema de su dedo sobre la dúctil pantalla de su teléfono.
-."Hola, que no sé nada de ti".-
         Miró durante unos segundos cómo el mensaje era recibido y esperó pacientemente escuchar el dulce sonido de la respuesta. No llegó, al menos durante ese día.
-."¿Qué curiosas son la relaciones humanas, que pasan de un extremo a otro".-  se dijo R. para sus adentros. La verdad era que no le extrañaba aquello, no era la primera vez que  había experimentado esta situación : la del paso del todo a la nada. Dentro de su mente empezaron a  definirse rostros, palabras y sentimientos que se esfumaron de golpe, como una niebla de la mañana, eran las experiencias pasadas, dolorosas, inexplicables, intensas.




-."Tal vez yo sea demasiado extremo en mis pasiones, tal vez haga actos de fe ante ídolos con pies de barro".-
         La respuesta no llegó, a pesar de dejar pasar más de un día. Aquella relación fue tan fuerte, tan hermosa, tan fugaz, como aquellos diminutos asteroides que se rompen y estallan en el velo oscuro de la noche.

-."Seguramente los profetas tenían razón, dejaré de arrodillarme ente ídolos de barro, que tienen boca y no pueden hablar, y pies y no pueden caminar".-

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