AMAR AL PADRE

Quizá pasar una temporada con alguien al que no has abrazado una larga larga larga temporada, te haga reflexionar sobre él.Y más si esa persona es tu padre.

La paternidad es una religión extraña. Quizá la más profunda, donde cada uno tiene sus propios dogmas y comulga con ellos a su manera. Los hay que aman al padre, otros que pasan de él. Los hay que acuden a él en las situaciones más extremas, o a los que simplemente les sale amarle sin pedir nada a cambio. Como veis, se trata de la religión más antigua del mundo.

Este royo de padres e hijos nunca ha sido un plato fácil para mí. Digamos que no ha sido un simple yogur desnatado, donde abres la tapa y le empiezas a echar más mierdas de las que ya contiene. No, para mí el padre de mi religión ha sido como un buen pescado, donde te peleas por sacar la mejor de las carnes y, a pesar de pincharte una y otra vez con espinas vuelves a encontrarte con el tenedor clavado en su cuerpo.
Podría haber sido fácil. Por seguir con la analogía podría haber elegido el pescado en conserva y, simplemente, abrir la lata y tragarme todo el solomillo con su aceite y su sal. Podría haberme dejado llevar. Podría no haberme preguntado qué significa para mí la figura de un padre. También podría no haber abierto la conserva. Pasar de él con la alguna excusa insostenible como que no convivo con un padre desde hace... Pero eso no va conmigo, y menos con él. No sé por qué pero los padres e hijos tienden a crear personalidades únicas con las que quebrarnos la cabeza. A los dos nos gusta ir más allá; y no íba a dejar que la figura más divina de mi creado-paternal fuera un simple icono al que acudir en momentos de sumo cuidado.

Acabo de  abrazar al padre. No puedo evitar pensar en esta relación tan de Catulo; tan Odio et amo. Acabo de abrazar al dios por mera voluntad. He comulgado sin esperar los regalos de después. Estos días que he pasado con él han sido mi confirmación.
Parece mentira que haya tenido que cumplir 20 años y estar en un periodo de transformación constante para volver al sendero que tanto pisaba de pequeño. Bueno, dicen que las religiones son una especie de guía que nos salva en los momentos en que no vemos camino.
A mí mi padre no me ha salvado, porque ¿salvarme de qué? Esta semana mi padre me ha querido. Y lo más importante es que lo he sentido, no sólo intuido. Algo que en mis momento de más gilipollez suprema se traducía en un complejo ramillete de sentimientos encontrados, que ríete tu de la batalla de Estalingrado. Eran momentos en los que la cabeza realiza una de sus tareas más viles: comerse a sí misma y joderte los días. Cómo le gusta la autofagia a esta cabrona.

Es curioso cómo cuando no esperamos ni exigimos nada las cosas salen mejor. Entre los dos se ha creado un mandamiento nuevo: La aceptación del uno con el otro. Porque en eso se basa el amor ¿no?, es uno de sus pilares. Al menos a sí lo veo yo, y así se va a quedar.
Cómo no voy a querer a alguien que entiende todas mis extrañezas, que multiplican por mil a las espinas de una sardina. Los dos somos únicos. Un padre con el tatuaje de un dragón, el cuerpo de un guerrero heleno, que da clases de filosofía en medio de ninguna parte... Que es capaz de seguir a los de bricomanía con sus propias manos y que cocina como Dios. Pero es un hombre con mil y una peculiaridades

Quizá si la hostia me la hubiera dado hace años, hubiera podido entender alguna de estas peculiaridades. Si hubiera vivido con él en tantos lugares quizás hubiera podido incluso ayudarle. Pero las hostias llegan cuando tienen que llegar, y en la cabeza de uno aparecen los mandamiento. Las tablas divinas mías estipulaban el hecho de comprender al padre. Al comprenderlo, el amor que surge de uno mismo, como el calor que desprende el suelo volcánico, te hace acudir a él. Acudir a él sólo para abrazarle. Para hacerle entender que todo aquello que no nos hemos dicho no importa. Para hacerle comprender que no tiene nada de lo que avergonzarse. Al contrario, estoy contento de saber que tengo un padre, que aunque no es el típico que ves a diario y te sabes su cara de memoria, siempre puedo acudir a él. Que todas las cosas que no se atreve a decirme por si me hacen daño o no las llegase a comprender, que me avergonzaran o me hicieran abandonar esta extraña religión, no son sino motivos de orgullo para mí. Que sé lo que ha tenido que pasar alguien tan peculiar, más que yo incluso. Por eso se lo mucho que necesita amar. Ese es mi vínculo con él, la necesidad de amar. Algo que es muy fuerte.

En fin, supongo que ya no puedo abrazarlo en este momento, esta es mi manera de comprender al hombre que me leía cómics de chico,que me compró la isla negra, me hizo comprender la inutilidad de los celos con mi primera pareja cuando aún era un chico más.El hombre que me enseñó como hacer una flexión y cómo la belleza que él veía en mi no era la de mi cara, sino la que emanaba de mí y le hacía quererme Él ,que me llevó a lugares mágicos y eternos en esas semanas de verano, que aún conservo en mi memoria con más fuerza incluso que semanas de este mismo año, se merece el mayor de mis respetos. Él, que supo hacer de esos momentos en algo digno de vivir; esos momentos donde conseguiste que un chico gordito y muy callado sonriese. Y lo mejor de todo, los momentos que harás que ese chico, ahora flaco y loco, sonría; porque he vuelto al camino. Hasta la próxima, no tardaré en huir, y más sabiendo que tengo un lugar donde siempre podré acudir.


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