LA CIUDAD PERDIDA
Fueron muchos los años de camino, sintiendo el sol fustigar un cuerpo desgastado, y en el momento más impreciso, más inesperado aparecieron las ruinas de la antigua ciudad. Las tradiciones la vistieron de oro y las cubrían de un verdor mágico en jardines perfumados, en sus calles bellísimas mujeres y los más hermosos de los hombres caminaron y fueron dueños del mundo en instantes eternos y perdidos. ¡Cuanta grandeza encierra aun sus muros!, sus caminos fueron ríos de oro que bañaban la codicia de muchos reyes y emperadores. Sólo los siglos y la falta de alma acabaron convirtiéndola en escombros venerables, en torres medio derruir, en pórticos desvencijados y dinteles que mágicamente se sostiene sobre delgadas columnas de mármol.
-¡Que hermosas eres aun cuando estés muerta!- dijo el explorador al contemplar la silueta de aquellos fantasmas de piedra. No podía moverse de aquel sitio, incluso el crepúsculo comenzó a descender y ruborizar el aire del desierto tras sus espaldas anchas y húmedas. La brisa se hacía fresca y extraña y el ruido de las arenas deslizándose semejaba un océano antiguo,
-"¡Qué hermosa eres, no sabes cuanto te he buscado, cuantas noches he soñado con tus piedras, cuanto he deseado sentir el frío de tu mármol en mi rostro!"-
No quiso dar un paso más, no quiso profanar la tierra que la circundaba, no quiso desdibujar el sueño de toda su existencia, la fuerza de su amor, el empuje de su vida.
Aquel explorador se sentó sobre la duna, para seguir contemplando y amando un sueño, una ilusión. Fue entonces cuando hizo el mayor descubrimiento que jamás pudo soñar un hombre, encontró el tesoro del destino de su vida, ser derramado sobre el desierto del cosmos, tumbarse como una torre antigua para ser parte de un universo del que jamás pudo despegar sus pies.
-¡Que hermosas eres aun cuando estés muerta!- dijo el explorador al contemplar la silueta de aquellos fantasmas de piedra. No podía moverse de aquel sitio, incluso el crepúsculo comenzó a descender y ruborizar el aire del desierto tras sus espaldas anchas y húmedas. La brisa se hacía fresca y extraña y el ruido de las arenas deslizándose semejaba un océano antiguo,
-"¡Qué hermosa eres, no sabes cuanto te he buscado, cuantas noches he soñado con tus piedras, cuanto he deseado sentir el frío de tu mármol en mi rostro!"-
No quiso dar un paso más, no quiso profanar la tierra que la circundaba, no quiso desdibujar el sueño de toda su existencia, la fuerza de su amor, el empuje de su vida.
Aquel explorador se sentó sobre la duna, para seguir contemplando y amando un sueño, una ilusión. Fue entonces cuando hizo el mayor descubrimiento que jamás pudo soñar un hombre, encontró el tesoro del destino de su vida, ser derramado sobre el desierto del cosmos, tumbarse como una torre antigua para ser parte de un universo del que jamás pudo despegar sus pies.
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