EL ESPEJO
R. había pasado parte de la tarde en el gimnasio. Era una costumbre que le gustaba porque sólo en esos momentos su mente era capaz de disolver los coágulos emocionales aparecidos duranTe su jornada de trabajo. Su extrema sensibilidad y empatía le rasgaban los sentimientos y las miradas de la gente con la que trabajaba se le marcaban a fuego sin saber porqué. Sentado en una de las enormes máquinas de acero, comenzaba a tirar con fuerza de las poleas, observando cómo unas negras placas macizas cedían mágicamente ante el volumen de su espalda fuerte y marcada. En uno de los intervalos del movimiento apareció. No era la primera vez que le había visto, y era evidente que le llamaba la atención porque desde hacía unos días intentaba coincidir con él. No hablaban, únicamente cruzaban miradas furtivas. R. marcaba su seriedad y la fijeza de sus ojos, creando un mundo de total masculinidad, de silencio tenso y de lenguajes etéreos. No hablaron durante más de una hora, pero l