EL ESPEJO

R. había pasado parte de la tarde en el gimnasio. Era una costumbre que le gustaba porque sólo en esos momentos su mente era capaz de disolver los coágulos emocionales aparecidos duranTe su jornada de trabajo. Su extrema sensibilidad y empatía le rasgaban los sentimientos y las miradas de la gente con la que trabajaba se le marcaban a fuego sin saber porqué. Sentado en una de las enormes máquinas de acero, comenzaba a tirar con fuerza de las poleas, observando cómo unas negras placas macizas cedían mágicamente ante el volumen de su espalda fuerte y marcada. En uno de los intervalos del movimiento apareció. No era la primera vez que le había visto, y era evidente que le llamaba la atención porque desde hacía unos días intentaba coincidir con él. No hablaban, únicamente cruzaban miradas furtivas. R. marcaba su seriedad y la fijeza de sus ojos, creando un mundo de total masculinidad, de silencio tenso y de lenguajes etéreos. No hablaron durante más de una hora, pero lo cierto es que existía una comunicación críptica, de gestos y movimientos. A través de los espejos era la única via de mirada directa, de enfrentamiento ante la presencia del otro. y como la Alícia del cuento, imaginaron atravesar el espejo para encontrar un mundo al revés, donde los seres nacen constantemente de las profundidades de su propio yo.
R. se sentó en uno de los bancos acolchados para descansar en el intervalo de sus ejercicios. Miraba hacia el suelo cuando observó una diminuta cana de su pecho que asomaba por el cuello de la camiseta. Sin pensar se la arrancó, cuando por fin escuchó la voz misteriosa del otro. -."¿Una cana?...a mi me sale alguna. ¿Tienes muchas?".- -."no, que va. Sólo encuentro una de vez en cuando".- -."Tu no usas cera".- dijo su interlocutor en todo divertido. entonces R. se levantó y se colocó serio frente a el -,."No...yo me afeito el cuerpo con cuchilla".- Aquel breve diálogo rompió por fin la lámina artificial que les separaba. Continuaron en silencio con sus ejercicios, cáda vez más duros, más potentes y poderosos. R. terminó y antes de marchar se le acercó -."Por cierto ¿cómo te llamas?".- -."Soy J.".-

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