En Latidos del Olvido

FERROCARRIL




LA CIUDAD CADAVER

  

Las ciudades viven, ellas mismas son creadoras de su propia existencia, y en ellas se desarrolla el tiempo de la esperanza y el trabajo diario. En las ciudades vivas las calles son transitadas y los niños gritan felices las tardes de primavera. Una ciudad viva es fruto de la verdad, de aquello que favorece la ilusión y los proyectos son lugares donde se generan ideas alternativas y utopías. Pero hay otras que han nacido ya muertas, son inmensos cadáveres de desesperación, de engaño, de ruptura con el futuro. Nacieron muertas y yacen como gigantes tumbados en enormes extensiones. Y no nos queda otra que merodear en torno a su enorme cadáver esa mole aferrada a la tierra con los dedos clavados con postes de hierro, de cemento, con nervios de cobre.

No puedo dejar de soñar con aquellos momentos en los que pareció ver el palpitar de sus sienes, cuando la respiración de miles de bocas exhalaba el espíritu para el que fue creado su cuerpo. Pero es una vida que no fue vivida, un cuerpo gigantesco que se extiende en miles de metros ya pensados, programados, calibrados para extraer el poder, el dinero. Fue para muchos un intento de vida ,un vivir que sólo se explica desde la pasión, desde el amor, desde el futuro, y fuiste abortado en la adultez, siendo más que proyecto, un cuerpo formado que sólo quiso justificar lo que después fue frustración de aquellos que creyeron en él y en su creador.

Pero es la tristeza la que desgarra el corazón, cuando descubro en sus ojos cerrados mortalmente que alguien te quitó el pulso, alguien que te engendró sólo para verte morir, para ser testigo impasible de tu eterno presente, de tu no-ser definitivo. No serás familia, ni amor de pareja, ni amistad, ni risas…no serás nunca, sólo eres un proyecto que nunca fue tal, porque el sentido de los proyectos es el futuro de su realización, el momento de una culminación que dará lugar a otras.

Su presencia me lleva a un  duelo sin sentido, al funeral sin cadáver, perdido en la mente de aquellos que fueron tus creyentes tus hijos fieles que como niños te tomaron de la mano mirándote confiados a la cara, esperando que tos ojos respondieran dando la calma y la paz interna.

 Y como un  fanático, espero el momento en el que se levante, ese momento   en el que su sombra pueda proyectarse sobre el suelo yermo. Estoy esperando aquel día en que aquella ciudad sea capaz de abrazar como un padre hace con su hijo, o de amar o de sentir la pasión por el mundo. Aun ha de llegar el momento definitivo de su resurrección, porque la vida es ácida, pujante, inmadura, es oportunidad.


Ulises Faragüit.












CAMINOS EN EL DESIERTO

Los caminos no siempre son reales, se deslizan sueños y sentimientos por debajo de las puertas de la vida, se escapan los momentos más sutiles, se ocultan bajo las apariencias falsas y fantásticas de proyectos traidores. Porque es traición y muerte edificar expectativas que nunca debieron existir, que no  se podían permitir el lujo de ser invocadas.
El edificio de la ilusión, que se ha cimentado en el deseo y la necesidad de las gentes, se ha revelado como un espejismo en el desierto del futuro. Porque no somos más que futuro, ese es el mayor de nuestros tesoros y la más grande de las miserias. Es entonces cuando envidiamos profundamente a nuestros hermanos animales, vividores perfectos del presente, del momento, inconscientes de si mismos y del dolor del mañana.
 El porvenir se tinta de expectativas y de derroche de fuerza y vida.  A veces pensamos que el futuro es el resultado del pasado, y que el presente no existe. Pero una historia de personas que construyen su vida sobre el esfuerzo  y un futuro falso, engendran un presente angustioso y desesperanzador.  Cargar con la masa de un engaño, pagando la deuda de las propias ilusiones y de  la plenitud personal, es caer de boca en las arenas de un desierto en el que los espejismos parecen abrir puertas a una vida  con sentido. Pero tras la carrera, el esfuerzo, el agotamiento  se llega a una realidad impuesta por la codicia y la falta de humanidad. Porque lo humano es incompatible con la cosificación, la objetivización de unos beneficios infernales y sangrientos, el dolor del trabajo saqueado, del trabajo presente y futuro. Que nos han robado el alma, porque se han quedado con la última gota de mi sudor, con mi última mirada hacia el horizonte.
En el engaño, no todo son palabras y papeles escritos, hay objetividad, hay presencia en calles asfaltadas para edificios de aire, farolas que pretenden iluminar fantasmas, urbanizaciones infieles a la tierra, traidoras de su propia esencia.  Desenterramos la raíces de estos lugares y descubrimos que se entrelazan entre el poder, el dinero la falsedad, la soberbia el egoísmo y el desprecio a lo más preciado, el ser humano.
Y ante esto nos caben dos respuestas, dos posibles momentos, dos opciones que se hacen formas de vida. Una es la resignación, el bajar la cabeza ante el poder que le hemos dado al dinero y a codicia,  aceptar  la fina hebra del engaño que se enreda sutilmente en la vida de los hombres y mujeres reales, a los que se les ha desangrado de sueños e ilusiones. Esta actitud nos deja en manos de un poder oculto e inhumano, pero sobre todo renunciamos definitivamente al derecho a soñar o a construir un futuro, porque aceptamos el fatalismo de la injusticia., la dictadura del dinero, la entronización de la iniquidad. La otra actitud es la voz, la protesta, levantar la piel de la tierra y dejar que las flores  surjan entre las piedras. Dejar ver la fuerza del ser humano, que mi voz sea el sonido del aire y que no se apague mientras este exista. Hacer renacer al león que ruge en el desierto, como los antiguos profetas denunciantes del desamparo y el abandono del amor. Transfigurar los espejismos y hacerlos de carne, ser libre para atreverme a soñar, ser libres para tener la opción de desear la felicidad, ser libre para poder, así, ser persona.
Al final podremos abrir los ojos, claros y limpios, y barrer del cieno  de los hierros medidos, de las aceras estériles, de las casas de aire. De nuevo  el futuro, pero no como algo soñado sino como una vivencia de lucha, de empuje, de transformación.


Ulises Faragüit







ESPACIOS VACÍOS





El Espacio sólo existe cuando hay algo que lo ocupa, y que permanece en él. El espacio en si es una entelequia,  un presupuesto, el lugar donde se ha de conjugar el verbo ser. Pero este verbo es, a su vez, la identidad que se realiza con otros verbos. Se es-algo, y ese algo es otro verbo, se es trabajador, se es orante, se es viajero…por tanto no se es ser-puro sino ser-actor. Las fábricas  se convierten es espacios privilegiados,  en testigos eternos de verbos eternos que transforman la sustancia bruta destilando vida. A través de sus puertas entraron obreros, seres también definidos por su acción, por su humanidad. A través de los ventanales la luz pasa a formar parte de la materia trabajada. Son construcciones imposibles, templos alquímicos de fuerza y oro de manera que la eternidad del metal noble es el en-si de la fábrica, que graba la vida de una comarca concreta. Se ha convertido en algo más que en un edificio, es la expresión plástica de experiencias humanas. Es la metamorfosis de la oxidación como cambio de sustancia interna.
. El abandono es la desaparición de ese Ser que da ser al espacio. Este alejamiento de ese ser no implica la desaparición del espacio, pero lo transfiere a otro tiempo verbal: el pretérito, entonces es cuando decimos “esto fue una iglesia”, “esto fue una estación”, “esto fue una fábrica”…el pretérito es tan fuerte que marca de identidad eterna al espacio, le da nombre y le lleva a un nuevo presente: la antigua fábrica, la vieja estación…El abandono es el vaciamiento interno, el extrañamiento, la alienación, el sin sentido. Como el amante que es abandonado y experimenta el vacío y el vértigo de la eterna soledad, así los edificios parecen derrumbarse en espíritu. Y en cuanto humanos nos resistimos a ello, queremos ver a través de sus paredes, y contemplar su contenido verbal, de vida de dynamis de acción perpetua.
Descubrimos que los espacios y los tiempos van uniéndose en constantes intersecciones, haciendo eternos bucles. Que el no-ser, al igual que el Ser no es algo abstracto, sino que se realiza en una realidad material, porque el espíritu no es más que una manifestación, una irradiación de la materia.

Ulises Faragüit.






VACÍO, LÍMITE, HORIZONTE




Miro hacia el horizonte buscándome a mí mismo, porque el horizonte es el límite de mis ojos, y el horizonte es de bronce, es antiguo, es fuerte. Y la cuchilla de luz, que pasa bajo las nubes, recorta los límites de mi ser.  Miro hacia las cumbres de las montañas, porque sé, en el fondo, que jamás tocaré la cúspide de roca que las corona. El horizonte que marca el oriente y el occidente de mi existencia. Son los límites, los confines de la realidad, tal vez de la mía, la muralla  levantada por desconocidos, sin saber qué guardan o a quien protegen. El abandono es el abismo en el que se precipitan los océanos, el lugar de los monstruos, de las alas de los dragones. Las alas negras y transparentes, que quieren atrapar el viento. Quiero ir hacia el abandono, que es el vacío, quiero encontrar la sombra de mi existencia, lo que yo soy.  El vacío es el límite, y necesito tocar los límites para definir mi existencia, mi identidad mi sangre, una sangre marcada de muerte y de vida, una sangre de tierra gris, de cemento y cal mezclada. Todos dejamos muertos por el camino, todos dejamos abandonos y vacíos, todos somos horizontes vivos de espacios muertos, de muertes sin anunciar, inesperadas, injustas, intermitentes, desencajadas, deseadas, doloridas, placenteras…los muertos de nuestros recuerdos gritan por las noches, nos despiertan en medio de tumultos espirituales. Los muertos llenan los espacios vacíos, muertos que son recuerdos, que son impresiones, que son presencias que jamás conoceremos. La vida parece arrastrarse por debajo de la puerta, y yo la amo y la busco, como busco unas manos que se arrastren por mi cuerpo, que marque los límites de mi piel, que señale la frontera entre mis adentros y la luz que me baña. El vacío es el límite y yo te necesito, porque no quiero perderme como tinta en el agua.

Ulises Faragüit




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SUCESIÓN


No puedo dejar de mirar esas paredes, esa sucesión de ladrillos, ese mar de arcilla cocida, de polvo, de pintura y suciedad. No consigo apartar los ojos el océano congelado de sus muros. Ese mar de vida. Sí, de vida, porque en definitiva no es más que eso. Vivir es caos, desorden, es encontrar cosas fuera de lugar, desear que todo fuera de otra manera, es lucha y tensión. Las casas llenas de vida son hogares, y los hogares viven con el desorden. Mi propia vida es desorden; no respiro como debo, no ingiero como debo, no amo como debo, no deseo como debo. Se me escapan los deseos por entre los dientes, y la vida es encajar esa miríada de piezas. Vivir es la tensión que me empuja a encontrar el sistema del desorden, la búsqueda de esa homeostasis.  Es intentar algo, un no sé qué, tal vez crear aventuras en ese caos…pero la vida  es también vaciedad. Es triste, y cuesta trabajo vivir. Triste en sí misma, es una pared que se ha de escalar, agarrándote a cualquier saliente, buscando pretextos para seguir escalando, y, sin embargo,  puede ser también  bella, si la lleno de belleza. Llenar mi existencia de belleza, de experiencias sobrecogedoras, de sensaciones y momentos que alumbran experiencias. Llenar el espacio de mi existencia, el intervalo entre cada uno de mis latidos.
 No puedo dejar de observar cómo la luz se derrama por los muros, esa luz creadora, que hace aparecer las cosas en el espacio. La luz que no existe si no existen las cosas, las cosas existen porque yo existo. Esto me lleva a encontrarme con más mundos, con todos los universos posibles, porque quiero existir, quiero existir mucho, hacerme presente es todas las dimensiones posibles, ser pleno. Pasear por las playas de los trópicos, sentir el zumbido del viento en mis oídos. Las playas tropicales acariciando las plantas de mis pies. Esas playas comienzan a existir en el momento que las considero.
 Cada paso, por lento y silencioso que pretende que sea, es un crepitar continuo, una hoguera de frío, de separación, de desamparo. No, no tengo miedo, no huyo de ese espacio de abandono. Al contrario, me llama, y yo voy hacia él. Me maravillo al considerar que un espacio como este, que era manantial de riqueza para algunos, fuente de lujo para pocos y medio de vida para muchos, es ahora el santuario de la pobreza. Un santuario en el que solo se puede venerar la desesperación. Los pobres escalan sus muros, penetran por sus vanos. Los pobres ante el poderío del abandono, en una corte de  milagros miserables.

Ulises Faragüit

                                                   Siempre hay esperanza.


En la desesperación de las pinturas ajadas. En el polvo blanquecino de oscura procedencia. En los vidrios cortantes y sucios. En el final de mis días y mis noches.  Descubro que estás mostrándome mis fronteras, mi propia geografía, de oriente a occidente, de septentrión a mediodía, del nadir al cénit. Te toco, te amo de cerca y descubro que, sobre mis retinas, habían caído espesos mantos de alquitrán transparente, velos en el alma. Acaricio tus paredes, mis manos se deslizan por los montes microscópicos de  tu ser. Acaricio y siento la textura de los setos salvajes, que se refugian audazmente por entre tus rendijas. Me pregunto por qué me amas tanto, por qué me seduces y me empujas a inhalar tu aroma, que ya no puedo estar sin tu atmósfera, que me seduce tu cuerpo de tierra apelmazada, de barros cocidos, de hierros en óxido meridional. Mi ser destruido y calcinado ha comenzado a vivir en tu ámbito, mi ser que, en tiempos pretéritos, se desparramaba, que se deshacía  al tacto de los mortales, se reconstruye en los ojos del que me observa. Es ahora cuando has hecho de mí un dios, un ser eterno y creador, soy lo uno, aquello hacia lo que todas las cosas tienden. La tendencia, la deriva de tus barcos nocturnos, de los mensajes subliminales de tus miradas, de tu pecho fuerte y deseado. Soy un dios, el eterno creador de génesis, porque tus palabras y las mías generan  momentos verdaderos dentro de mi mente, dentro de mi mundo. Escucho tu relato de tus propios labios, me dejas mirarte con detenimiento, con amor y tú me respondes igual. Es ahora cuando me abres a la vida, porque no quiero esconderte bajo las alfombras, no quiero mirar hacia otro lado, no quiero cerrar los ojos a ti, no quiero renegar de ti porque me haces feliz. Eres el mundo, lo eres porque eres puro, más puro que una torre de cristal en una isla de oriente, eres más puro que un libro sagrado.
Me miraste una vez, me miraste por las calles, desde la carretera. Me cortaste la imaginación en jirones, me compusiste una sinfonía muda. Ahora no puedes dejarme sólo, porque me iluminaste suave, áspero, gritando con el rojo de tus manchas, con el gris del cerco de tus ventanas. Que tus paredes son ya son parte de mis células, de la biología que compartimos,  eres el lienzo de mi vida, la roca de mis anhelos, que me haces sentir tu aliento en mi espalda, en mis hombros, que me despiertas y erizas mi mente. Ahora te amo, amo lo tuyo, la vaciedad, amo las horas de la madrugada y los crepúsculos, en los que el tiempo se detiene mis veces seguidas. Ahora yo seré la voz de tu diafragma, y el mundo me oirá, y tus paredes sucias serán el anuncio sempiterno de la esperanza.


Ulises Faragüit.



Elegía


Eres la cicatriz de las civilizaciones, el dolor de las culturas, la marca del fuego, el hierro candente sobre la piel de la tierra. Te abrieron para sangrar al mundo, para sacar lo mejor de ti y ahora que todo ha terminado, solo estás tú con tu verdad.  Esa verdad que no existe, que ya pasó y que ahora tengo que recrear. Voy a cubrir tus muros insultantes con láminas de vida, y  me vas a hacer brillar, como un dios que se asoma  por tus esquinas. Te voy a besar con el alma, para  asomarme, así, al balcón de tus sentimientos escondidos, y tú recorrerás mi espalda desnuda, describiendo la línea de mi muerte.
Dijiste tu última palabra, pronunciaste la negación absoluta. Luego vino el silencio eterno, que solo se rasga con el susurro del aire que se arrastra por el suelo, sobre un suelo gris y magullado.  El susurro de las gomas negras y pardas, de los hierros cubiertos de tierra, de los guijarros mates y diminutos. Dame tu mano palpitante, hazme sentir los últimos latidos, que me das la vida con ellos. 
El agua ha hecho crecer la hierba al pie de tus muros, el verde hiriente y sangriento de la hierba. Me haces daño, porque me haces resucitar a una esperanza que ya no quiero. Miles de gritos y de dedos cruzados, de miradas perdidas, personas que quisieron vivir, que vivieron toda su vida en unos instantes. Ahora nada de esto estará vacío, lo voy a llenar de tu aire, de tus voces de tus sentimientos. Y  tus construcciones fantasmagóricas ahora estarán más fuertes que nunca, porque serán ya eternamente vivas. Qué es vivir, no es estar sumido en un miedo al misterio, miedo al ruido, miedo al propio miedo y al tiempo. Vivir no es hacer combustiones, ni esperar la alquimia del carbono. Vivir es esto, es recrear tu mundo, es arrancarte de nuevo una palabra, esa que tú mismo dejaste de decir. Porque la palabra retumba en la mente, en el mundo y te haces un dios, creando con palabras. Escribiremos  un libro sagrado sobre el barro de tus inviernos, haremos un lago de amor en el hueco que los odios dejaron en tu cuerpo.  Me voy a postrar ante tu altar de acero y pintura de musgo, me voy a dejar mi piel en la tuya, voy a cegar mis ojos en tu luz  y en el oro de tu pasado. Vamos a empezar a crear mitos, héroes y ciclos.


Ulises Faragüit.








LOS SUEÑOS


No sé si estoy despierto o aun duermo, no distingo lo real de lo que no lo es, o tal vez sean la misma cosa. Cada vez que se cerraban mis ojos, para despertar a un mundo mejor, alguien se encargó de abrírmelos, zarandeando mis sentimientos, destruyendo  la música que  acompaña a los sueños inolvidables. Y es que no se podía soñar, porque los sueños son espacios de libertad, y sobre todo, porque se puede luchar por ellos. En ese instante, un sinfín de edificios grises, desfilaban  solitarios por las avenidas de un mundo inferior.  Construcciones sin futuro, sin humanidad, porque  alguien los concibió sin proyectos, sin amor, sin miedos, sin incertidumbres, sin ilusiones,  ya nacieron muertos, en una ciudad desierta que experimenta un duelo eterno.

Y cada vez que me acerco a tus solitarias calles, pienso que nuestro amor fue imposible, que ya nació sin futuro, que en nuestro primer encuentro ya estaba la contradicción de la despedida. Un amor que no anuncia al mañana, que no espera en los cafés, escudriñando a través de los cristales, de un sentimiento que nunca tendrá la experiencia de  una mirada. Y quiero renunciar a ti, porque soy hombre, porque sueño, lo necesito, deseo imaginar un mundo limpio, libre, sin soledad, sin dolor. Pero algo me lleva hacia tu sombra, hacia las hierbas salvajes que crecen a tus pies, el verde esmeralda de unas selvas invasoras. Tal vez sea el intento de oír las risas de unos niños, el caminar ligero de los pies femeninos de sus madres, el sonido del trabajo de unos hombres y mujeres a los que no se les permitió tener sueños, pensamientos que se elevaran más allá de las bóvedas de cristal de un mundo  muerto. Mis manos pudieron alcanzar la herida de tu horizonte cortado a navaja, de la luz roja que se derramaba por las mejillas de un dios de barro.

La paz recorre tus adoquines, el asfalto de tus venas y la vaciedad de las celdas de tu alma.  Pero ha llegado la hora de entonar el réquiem del olvido y luego  gritar el discurso interior de una humanidad que ha de luchar. Ahora no, no puedes arrebatarme los sueños, porque soñar es el verbo eterno de la humanidad, porque somos seres humanos mientras nos dejen soñar, imaginar, crear utopías, abrir nuevas Atlántidas donde exista la oportunidad de la aventura radical. Tu frente altanera  ya no me intimida, no temo a una muerte que no es mía, al contrario, voy a entrar tras tus muros llevando el impulso de ser hombre, de ser humanidad entera, llevar el corazón que es el origen de los sueños maravillosos.


Ulises Faragüit.


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