los mercaderes de la seda, producida en la vega de Granada, la depositaban en las alhóndigas. Seda cruda, dispuesta a ser introducida en la Europa medieval. Seda a cambio de oro .
Echo de menos el perfume de las rosas de mi infancia. La fragancia misteriosa y maravillosa, la cual era incapaz de describir. Recuerdo aquellas tardes en las que se las llevaba a mi madre. Rosas de terciopelo rojo, rosas anaranjadas y grandes. Rosas de luz del sur. Echo de menos sus espinas gruesas y juntas, sus pequeños pulgones que yo mismo retiraba con mis diminutos dedos de niño. Los pétalos de las rosas se abrían y rizaban en sus extremos, aun recuerdo el roce de ellos en mi cara y como caminaba rápido hacia casa, subiendo las escaleras y, sin poder hablar, extender la mano portadora de la rosa ante la mirada tierna de mi madre. Echo de menor las rosas de mi infancia, y sé que jamás volverá a florecer flor parecida a aquella.
La sorprendí arrastrándose por la superficie del lago, igual que una princesa nórdica camina sobre el manto de nieve deslizando la orla de su capa de armiño. El giro de su cintura se convirtió el la expresión más pura del amor, de la entrega en sentimientos desconocidos para cualquier ser que respira y quiere sentir la vida. Es su belleza la misma que esconde el argénteo brillo de las perlas marinas y, sin embargo, es poseedora de otra belleza aun más sublime, más segura y eterna: cada vez que se abren sus claros ojos, ella derrama toda el alma, en una cascada silenciosa y llena de paz. -"Ninfa de los elementos, reina de las estrellas reflejadas en aguas dulces y serenas, no es el fulgor de tus ojos, ni el dibujo inefable de tu rostro, ni tus manos labradas en el marfil del oriente. Es el candor y la hermosa sencillez de tu presencia. Porque no hay otra belleza más auténtica que aquella que no escupe sobre el rostro del género humano"- La brisa
Los días se hacen más largos en las tardes de verano, parece que el calor ha dilatado los átomos de tiempo, las partículas que construyen la respiración. Aquel verano fue especial, como todos los veranos, como todos los crepúsculos vividos rodeado de mar y de sal. El crepúsculo acuchilló la nostalgia y sólo pude adivinar entre las multitudes de veraneantes el perfil de tus ausencias. No es que me importe, o que me duela el que desaparezcas, la vida consiste en eso, en dinámica, en realidades que desaparecen y otras que surgen. Pero envidio la serenidad de las estatuas, en sus presencias eternas, desenterradas de un pasado que siempre es presente. La mirada de la estatua se pierde tras de mi, en un horizonte ciego y hermoso. Indiferente a las miradas que le desean y pretenden arañar su epidermis de mármol. Su presencia es pura superficialidad, pura apariencia, invocando un interior que está únicamente dentro de aquel que la contempla. Sentirme estatua e
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