La anciana
La marquesa aun lucía sus pendientes de esmeraldas, siempre los mismos, continentes de un bosque profundo y apabullante. Esas esmeraldas con las que aparece en todas las fotos. Sabe que le sientan bien, y ella a las propias piedras. Sus manos, descansando en la empuñadura de plata de su bastón, eran testigos mudos del trabajo de otras mujeres. Su bastón, era el eterno compañero y con él se sentía segura.
-. Era de mi padre, y de mi marido.- repetía cada vez que descubría que alguien lo observaba distraidamente.
Sus ojos azules, reminiscencia de ascendencia inglesa, su erguido cuello y su extrema delgadez, daban , ante el mundo, la expresión de una triste decadencia. Que los tiempos han cambiado, que las cosas no son lo mismo que hace años, era algo que ella sabía, pero que nunca asimiló.
Hacía mucho que la fortuna familiar había desaparecido, era necesario remontarse a antes de la guerra. La mala gestión, las imprudencias y la propia estupidez genética de los ancestros habían dilapidado unos negocios, que tampoco fueron excesivamente poderosos.
-. Mi antepasado fué un valiente.- decia de vez en cuando a su nieta que, de forma divertida, la consideraba un resto de la Edad Media. Pero ahora, la vida modesta, las estrechecez, el contar el dinero, eran algo habitual
-. Cuando se tiene se gasta, y cuando no se tiene, pues no....-ese era el sistema económico que podía entender, siempre pensó que Dios aborrecía a los tacaños, que la cicatería era el peor defecto, lo imperdonable. Y realmente así lo vivía
Pero para el tiempo la vejez es generosa, nunca regatea sus achaques, sus olvidos, y observar a la anciana marquesa era experimentar una dimensión diferente de la realidad. Envejecida, intentando siempre levantar una dignidad que se quedaba , únicamente, en su dermis.
El salón de recibir aun huele a anís y posee el duro brillo de los azabaches de las visitas. Y ella sigue allí, sentada, con sus ojos azules y británicos perdidos en los dibujos de una alfombra de nudo español.
-. Era de mi padre, y de mi marido.- repetía cada vez que descubría que alguien lo observaba distraidamente.
Sus ojos azules, reminiscencia de ascendencia inglesa, su erguido cuello y su extrema delgadez, daban , ante el mundo, la expresión de una triste decadencia. Que los tiempos han cambiado, que las cosas no son lo mismo que hace años, era algo que ella sabía, pero que nunca asimiló.
Hacía mucho que la fortuna familiar había desaparecido, era necesario remontarse a antes de la guerra. La mala gestión, las imprudencias y la propia estupidez genética de los ancestros habían dilapidado unos negocios, que tampoco fueron excesivamente poderosos.
-. Mi antepasado fué un valiente.- decia de vez en cuando a su nieta que, de forma divertida, la consideraba un resto de la Edad Media. Pero ahora, la vida modesta, las estrechecez, el contar el dinero, eran algo habitual
-. Cuando se tiene se gasta, y cuando no se tiene, pues no....-ese era el sistema económico que podía entender, siempre pensó que Dios aborrecía a los tacaños, que la cicatería era el peor defecto, lo imperdonable. Y realmente así lo vivía
Pero para el tiempo la vejez es generosa, nunca regatea sus achaques, sus olvidos, y observar a la anciana marquesa era experimentar una dimensión diferente de la realidad. Envejecida, intentando siempre levantar una dignidad que se quedaba , únicamente, en su dermis.
El salón de recibir aun huele a anís y posee el duro brillo de los azabaches de las visitas. Y ella sigue allí, sentada, con sus ojos azules y británicos perdidos en los dibujos de una alfombra de nudo español.
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