EL CACTUS
R. tenia un cactus en su balcón, curiosa planta, tan distante y tan entrañable a la vez. La sentía como una realidad independiente a todo, con apena necesidad de cuidados, siempre verde, siempre con ese aspecto amenazador.
Era una pequeña planta redonda, como un globo, en la que se dibujan hileras de espinas en vertical. Se supone que crece; sí definitivamente crecía puesto que lo cambió de tiesto en alguna ocasión. Era un ser vivo, respiraba y, al contrario de lo que se pueda pensar, era el vegetal que más tenía en cuenta el mundo que le rodeaba, porque sus espinas estaban diseñadas para ese mundo extraño a él.. Tan pequeño ya sabía señalar su terreno, y su vida era realmente agradecida, porque apenas pedía cuidados.
Un día, misteriosamente, comenzó a florecer. Le nació una pequeña corona de florecillas malvas, diminutas pero de un color dulce e impactante.
R. sintió alegría cuando descubrió la floración de su planta; era algo inesperado y maravilloso. Le llenó el corazón de esperanza, porque las flores más auténticas nacen en la espontaneidad y en la indiferencia. Son flores inesperadas, sin premeditación y sin afán de mostrarlas a nadie porque no se trata de un logro personal, sino de la manifestación de un ser.
El pequeño cactus sabe florecer, sabe vivir y su existencia es intensa y llena de plenitud.
-."Tal vez mi vida sea así, tal vez sólo sea cuestión de tiempo, de esperar el momento en el que mi existencia se muestre espontanea, maravillosa y única".-
Era una pequeña planta redonda, como un globo, en la que se dibujan hileras de espinas en vertical. Se supone que crece; sí definitivamente crecía puesto que lo cambió de tiesto en alguna ocasión. Era un ser vivo, respiraba y, al contrario de lo que se pueda pensar, era el vegetal que más tenía en cuenta el mundo que le rodeaba, porque sus espinas estaban diseñadas para ese mundo extraño a él.. Tan pequeño ya sabía señalar su terreno, y su vida era realmente agradecida, porque apenas pedía cuidados.
Un día, misteriosamente, comenzó a florecer. Le nació una pequeña corona de florecillas malvas, diminutas pero de un color dulce e impactante.
R. sintió alegría cuando descubrió la floración de su planta; era algo inesperado y maravilloso. Le llenó el corazón de esperanza, porque las flores más auténticas nacen en la espontaneidad y en la indiferencia. Son flores inesperadas, sin premeditación y sin afán de mostrarlas a nadie porque no se trata de un logro personal, sino de la manifestación de un ser.
El pequeño cactus sabe florecer, sabe vivir y su existencia es intensa y llena de plenitud.
-."Tal vez mi vida sea así, tal vez sólo sea cuestión de tiempo, de esperar el momento en el que mi existencia se muestre espontanea, maravillosa y única".-
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