LA CALMA

            A R. le gustaba cuando él le tomaba de la mano. Era una sensación especial, aquella mano cálida y áspera, tan intensamente masculina, curtida por el trabajo y guiada siempre por la audacia de aquel que tiene inquietudes y no tiene miedo.
-."Me gusta estar así".- dijo R.  con timidez, casi con miedo a romper la calma de un lago interior pacífico y hermoso.-



         Siguieron así unos instantes dejando pasar la brisa de la tarde ante sus rostros, dejándose rozar por el crepúsculo rojo y violeta del sur del eterno sur.
-."Creo en ti y sabes que me das esperanza".- recitó R. como un susurro, casi como una oración a un Dios misterioso y cercano.

-."Ja ja ¿Por qué dices eso?".- contestó él sin mirarle, dejando sus ojos perdidos en el horizonte.

-."Porque me apetece decirlo...no sé".-
Seguramente era porque R. tuvo escasas experiencias de calidez, o porque aquella mano le daba la seguridad que las tormentas de la vida no le daban.

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