SOLO

         R. nunca supo realmente en qué consistía estar solo. Siempre vivió acompañado de alguien, de personas, de recuerdos de proyectos, de ilusiones... incluso mirándose al espejo llegaba a pensar que , aquella imagen reflejada sobre la luna fría y de brillo metálico del cristal, era  otra persona que le estaba observando con curiosidad, como intentando escudriñar el misterio de una imagen nueva, desconocida y críptica.
         Buscar el misterio de la soledad, despejar el velo negro y  tupido que ocultaba aquel extraño altar de la simplicidad más absoluta, se había convertido en la obsesión cotidiana, algo así como la aventura vital y existencial que estaba moviendo cada uno de sus pasos.







-."No estoy solo".- era la parte esencial de su credo, la confesión de fe que predicaba en los desiertos llenos de multitudes, de masas y mareas humanas, de biografías que se entrelazaban construyendo una cota de acero, que le evitaba sentir los dardos de una realidad que se le resistió.

         Siempre fue así, hasta que experimentó la intensidad de la muerte, el vacío más absoluto, el asomarse al abismo de manera vertiginosa y terrorífica. En ese momento descubrió los límites de su propio pulso, del rápido paso de la sangre en sus arterias ocultas, de la caída hacia la nada de unas lágrimas saladas como el agua de un mar capaz de arrastrar su yo y todos los "soy" del cosmos. En ese momento la soledad apareció como una sombra que jamás le había dejado, que se manifestaba con la misma intensidad que la  misma luz solar que recortaba su silueta.

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