En la calle de la Caldedería, se reunían los comerciantes a tomar el té. Aun continúa la tradición en innumerables tetrerías, con sabor árabe. las calles del Albaicín conservan el trazado musulmán desde el S.XIV,
.-"A noche no pude a penas dormir".- R. tenia una expresión distraída, como alejada del mundo, de las cosas que le rodeaban -.!¿Qué te pasó".-le preguntó su amante mientras le sostenía la mirada con dulzura con una atención casi maternal, decadente, intensa en demasía. -."No sé".- sí lo sabía, fue el sonido del viento, los aullidos de ese ser invisible, misterioso, omniabarcante. -."Tengo miedo del viento, me da vértigo encontrármelo de cara, chocarme con él, tan inmenso, tan grande·. El viento viene tras nosotros, nos rodea con amor, nos arrastra y recuerda constantemente la fragilidad de nuestras existencias, el viento es el mar donde hos encontramos hundidos, naufragados.
Hoy he sentido de nuevo esa extraña sensación tras de mí, ha sido un leve estremecimiento, un suspiro misterioso , absolutamente imperceptible a los oídos de cualquiera, pero no para los míos. Otra vez esas pisadas leves que hacían nacer la ilusión en mi interior. -"Aunque no te vea, sé perfectamente que estás ahí. Sabes que eso me alegra, simplemente el sentir que no me encuentro solo ni abandonado a mi mismo, perdido en el bosque de mi propia identidad, de mi propia imaginación.".- La vida se está convirtiendo en navegar con las velas desplegadas, hinchadas por el hálito de tu amor, por el viento impetuoso de sus besos espaciados y cadenciosos. Son las cadencias de un corazón palpitante, colmando de calidez cada una de tus miradas, de tus silencios y de tus espacios infinitos.
Echo de menos el perfume de las rosas de mi infancia. La fragancia misteriosa y maravillosa, la cual era incapaz de describir. Recuerdo aquellas tardes en las que se las llevaba a mi madre. Rosas de terciopelo rojo, rosas anaranjadas y grandes. Rosas de luz del sur. Echo de menos sus espinas gruesas y juntas, sus pequeños pulgones que yo mismo retiraba con mis diminutos dedos de niño. Los pétalos de las rosas se abrían y rizaban en sus extremos, aun recuerdo el roce de ellos en mi cara y como caminaba rápido hacia casa, subiendo las escaleras y, sin poder hablar, extender la mano portadora de la rosa ante la mirada tierna de mi madre. Echo de menor las rosas de mi infancia, y sé que jamás volverá a florecer flor parecida a aquella.
Comentarios