SOBRE TUS RODILLAS

Me llegaba el calor que desprendía tu pecho, apoyando mi oreja en tu jersey de lana, caliente y suave, que parecía tejido para mi descanso. Suavemente entraba ese aroma a café profundo que desprendías al relamerte el paladar , al ritmo que mi cabeza ascendía y bajaba con tu respiración. Una respiración lenta y firme; tranquilizadora. El acompañante perfecto para aquella sensación melosa de sueño, que se producía tras las comidas en casa de la abuela, donde la tensión bajaba, los asientos se ocupaban de cuerpos tirados; y la televisión hacía de banda sonora cumpliendo su misión de hacer compañía.



Recuerdo mis dedos pasando por los pelos de tu cara. Eran como pinchitos, recordaba. Un mar blanco y negro de pelitos duros, ablandecidos al ascender a tu cabeza, donde la agradable sensación en mi mano al acariciarla me impedía parar. La mano se me llenaba del sudor que desprendías. Un aceite que olía a una mezcla de gel y calle. Tu perfume; algo tuyo.
El movimiento de tus rodillas se me transmitía como una el traqueteo del tren más lento. Un tren que viaja sin prisa; cuyo único propósito es disfrutar del paisaje. Sabías convertir aquel trenen una atracción, una montaña rusa; en una nave espacial, que esquivaba un mar de asteroides haciendome viajar sin despegarme de tí.


En este momento  no puede uno dejar el anhelo de volver a ser un niño. Un crío que disfruta de la tranquilidad pura. Que desprendía inocencia y reconocía el placer de las caricias suaves de tu mano sobre mis mejillas gordas, propias de la edad.
Parar ese momento y repetirlo. Volver a ser sostenido por tus rodillas y sentir la definición de la tranquilidad más virgen. Volver a disfutar de tí, padre.



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