LA CUERDA DEL POZO



      Cada mañana atravieso un mar minúsculo, y no puedo evitar dirigir  mis ojos hacia los rayos del sol de se deslizan por su superficie. El mismo lago que atravesé ayer al atardecer. Las dos veces me pareció maravilloso, imponente y tremendamente amable. Las dos veces eran el mismo lago, aunque en momentos distintos. Pasar por encima de él es un instante fugaz, que apenas dura unos segundos, un parpadeo, un suspiro, pero la imagen de las aguas resplandecientes al amanecer y al atardecer se me queda grabada en las retinas y reviste el día, o la noche, de una magia especial, única. Es el mismo lago, es el mismo sol y la misma atmósfera, y yo soy el de siempre, el que viaja en un coche hacia el trabajo diario, pero los momentos son los que cambian. Algo así debe de ser la vida, o el amor, o la esperanza. La luz del momento transforma las cosas, las situaciones, la vida misma. En el alba de la vida, cuando el lago recibe  los primeros blancores del día,  cuando llega la noche de las noches, entonces comienza la vida, el suspiro de la esperanza, la caricia dulce de los sentimientos.
         Al atardecer, el lago se ha cubierto del rosa intenso de crepúsculo, hace que la plata sea cobre, y los recuerdos se vuelven dorados como las fotos antiguas que amarillean con los años.
         Las cosas siempre son las mismas, y las emociones, y las caras. pero la luz del instante, del momento ha variado sus colores, sus sombras, su textura. lo dulce y amable del alba se hace intenso y duro en el crepúsculo. Aun así hay belleza en los dos.
         No sé en qué momento de la existencia me encuentro, pero quiero aprender a apreciar la belleza de su luz, quiero vivir amando y creyendo en el amor, hasta que llegue el crepúsculo de mi vida.

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