OCÉANO DE SEDA

         R. era plenamente consciente de su situación, de su vida, de sus límites. Aun así miraba hacia otro lado, no quería encontrarse con el minotauro del tiempo, de las horas, de los días que ya pasaron rozando sus cabellos que ya empezaban a blanquear.
-."Me hago viejo".- y era cierto, porque las cosas dejaban de ser sorprendentes, las situaciones no suponían ya aventuras, o elementos discordantes en la extraña calma que ha de vivir un hombre.

-."ha llegado el momento de pensar.- se decía a si mismo, y como un Diógenes mental dedicaba horas a acumular recuerdos inservibles, algunos dolorosos, que componían la maya de su mente y de su carácter. Los recuerdos son el cristal que envuelve las cosas, a las personas, a las historias vividas. Se mantienen aquellos seres amados momificados en la transparente resina de la frustración. No es la ancianidad lo que asusta, no son las arrugas o el que  el mundo que te rodea comience a tratarte de manera diferente. Es el pesado bagaje que se ha de arrastrar para seguir viviendo.










         Aquellas consideraciones llevaron a R. a tomar una decisión: arrojar fuera de su nave interior todo aquello que  le anclaba y que le impedía surcar sobre el agua misteriosa del cosmos, deslizar sus dedos en la satinada superficie del océano de sus días futuros,

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