REFLEJO
Exhausto. Con la boca enseñando dientes sombreados por perpetuas manchas, fruto del ánimo que infunde el café.
Los brazos inflamados; algo más voluminosos por el estrés al que acababa de someterlos .La camiseta marcada al pecho, el sudor frío del cuerpo caliente hacía de contacto entre el algodón y la roja piel
El pelo, negro, heredado de su madre, aparecía aplastado, mojado; como cuando sacaba la cabeza tras saltar al mar en verano. Los ojos, mezcla de oliva y avellana, se veían delimitados por el contraste de un círculo negro, más grueso de lo normal, que marcaba la frontera entre el iris y el resto del globo ocular. La rojez de este y el goteo, de ritmo constante, que acusaba a esa nariz pequeña que tenía, delataba la creciente alergia que sufría durante las temperaturas primaverales del mes que le vio nacer.
Todo este estado físico le inundaba en un mar de sensaciones en las que dominaba una a la que sentía un apego instintivo. Se sentía animal. Se sentía primitivo; siguiendo sus instintos más puros. Bebiendo de la sed que tenía y pensando en la comida que daría tras ese esfuerzo dado a un cuerpo que dentro de unos años estaría comido de arrugas y flacidez, para acabar siendo polvo. Ese sentimiento le hacía ser natural; le hacía sentirse como en origen se sentían los hombres. Los que cazaban y después comían. Los que amaban por instinto y sólo temían a la naturaleza. Eso era lo que reflejaba ese espejo con manchas de salpicaduras salteadas por pasta de dientes y jabón revoltosos. Eso era lo que veían sus ojos. Espejo que reflejaba días de fragilidad y otros de grandes sonrisas. Un chico con el cuerpo de hombre, al que todavía le quedaba para que la imagen reflejara una barba cerrada.
Durante su “desnaturalización” ,en forma de ducha caliente y caricias de una esponja oscurecida y gastada, no pudo sino plantearse que era lo que veían en el ; lo que no veían aquellos ojos que tan poco habían visto y faltaba al dibujo de carne plasmado en el espejo.
Difícil imaginarse que lo que veía en él su anciano vecino era la imagen de la vitalidad perdida. No podía ver que aquella chica, tímida, que nunca le atrevería a hablarle, veía en él al carburante de su corazón y la razón de que siempre estuviese a la misma hora que él en aquella cafetería que hacía las veces de despertador tras aquellas noches de insomnio.
Nada veía en él aquella joven de muslos rosados y rizos rojos capaz de enturbiar sus pensamientos. Y nada es lo que vería la mayoría de la gente.
Orgullo veía aquel padre al que no veía. Infancia, fragilidad, amor, cariño y belleza aquella madre harta de verlo. Ella, durante años, había visto a un niño, un chico y un joven; cuyo cuerpo cambió pero sus huesos y facciones marcadas, para ella, seguían pidiendo a gritos el amor de una madre.
El agua se deslizaba por sus muslos hasta perderse por el desagüe, produciendo un sonido apenas perceptible, roto por los pensamientos que también se perdían por el desagüe de su memoria.
Su abuela siempre veía a un chico muy delgado e inocente; sus amigos veían en él momentos de alegría, de relajación y hermandad. El resto de compañeros veían independencia, inducida por su poca habilidad a la hora de conversar.
Limpió el espejo empañado por el vapor de aquella larga ducha y volvió a verse. Volvió a verse con los ojos de su padre, de su madre. Los de aquellos ojos que le veían como un don nadie, como a un hermano; como a un príncipe, un cristal frágil y una roca inamovible. Ese era también él, lo que no veían sus ojos eran todas estas dimensiones que se mezclaban creando la imagen de una complejidad humana, que nadie llegará a entender. Creaban la imagen de él, rellenando el dibujo de aquel espejo que le vió crecer; el boceto de un hombre aún por crear.
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