TORMENTA ESTIVAL

Nubes grises y pisadas que dejan un camino de manchas de agua turbia en el cemento, puro reflejo del cielo. Los pantalones de chándal azul marino bailaban al son de esos pasos perdidos pero dados con fuerza. la sudadera blanca teñida de pequeñas manchas de la incipiente lluvia y de algún que otro café de aquellas mañanas de Marzo, donde el frío ya no se mostraba en el desaparecido vapor de la bebida.
Esa mirada gacha y la cabeza hundida se veía envuelta en un martirio de latigazos repentinos, donde la imagen de ella aparecía en su mente como fotogramas de cine mudo. Silenciosos e inflamables. Condena por castigar con soledad su renacimiento como persona. Era necesario romper la relación. Por su bien y, sobre todo, por el de ella. La monotonía se rompía de raíz, mientras plantaba la semilla de una nueva actitud ante su vida. Hasta que germinase, la calle seguiría en silencio; los coches parecían enmudecer y los pocos viandantes perdían su mente en pantallas de móviles y conversaciones sobre el futuro reciente.


Es curioso el sentimiento que se produce cuando te das cuenta de que todo lo que has hecho hasta ahora no te hace feliz y decides hacer lo que quieres. Eliges lo que quieres que sea tu vida y lanzas al riachuelo, un barco hecho con la cáscara de una nuez, donde metes aquello que te impedía mejorar, aquello que no te arrepentirías de no hacer pero que hacemos pues es lo que siempre hemos hecho para sobrevivir. Pero ahora decides vivir, te has dado cuenta de que tienes 20 años y que no has vivido, has sobrevivido siendo un actor secundario de tu vida, el extra que ni aparece en los créditos de la película. Ese sentimiento de vacío pero tan lleno de esperanza es verano; cuando la tormenta puede aparecer en cualquier momento, con la misma fuerza que el corazón de un joven, para volver al calor que hace arder la arena que pisas a saltos.

Volvamos a nuestro protagonista. Bajando la calle con un ritmo marcial que sufría una de estas tormentas estivales bien cargada. Cargada de su sonrisa, sus rizos, de olor a naranja ácida; a labios lubricados por el contacto por los suyos y a unos brazos flácidos pero abiertos.
Los abrazó con todas sus ganas y se encontró de rodillas, magullándose las rodillas por las duras losetas de cemento, que dejaron sus marcas en forma de polvo, granitos y agua turbia; se encontró abrazándose a sí mismo con todas sus fuerzas, con las facciones de la cara bien marcadas, mostrándo así la rabia contenida. Pero sus brazos abrazaban con fuerza aquello que primero debía amar. Se abrazó a sí mismo. había roto con la absurda supervivencia de la que era un mero espectador. Había quemado el campo para abonarlo después con deseos y regarlo con constancia, sólo haciendo aquello de lo que se arrepentiría si no hiciese y; cuando germinara, esos brazos rodearían otro cuerpo, otro olor.

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