EL CASTILLO

       R. pasaba las tardes pensando en sí mismo, porque quería ser feliz. Era plenamente consciente de que la felicidad tenía algo que ver con el pensamiento, con un estado psíquico. Quiso ser como el Dios de la Biblia, y crear un mundo con palabras, una realidad en la que cada cosa está íntimamente unida a la otra, formando una tupida red de existencias. Y las palabras formaban parte de su poder eterno.
-Ser feliz puede ser un estado químico- se dijo en algún momento, pero no pudo encontrar ese estado en las drogas, porque era una felicidad pasajera. Cuando algo tiene fecha de caducidad, quiere decir que, en algun momento deja de ser verdadera. Pero no, ser feliz había de ser como el amor, que no tiene fechas. No se promete amor un año, ni mil. Ha de ser para siempre, mientras me dure el aliento mientras, el alma no se disipe en la nada.


-Voy a ser feliz- R. se planteó la felicidad como una tarea, un trabajo, una lucha. Es la lucha del pensamiento, porque no es mi cuerpo, ni mis manos, ni mi sexo lo que que hace desear vivir, son mis ideas, mi pensamiento, mis ilusiones, mis deseos, mis proyectos. Todas estas cosas se dejan entrever  en mis ojos.
-Voy a mirar al mundo de frente,voy a salir del castillo que me está encerrando, que me hace prisionero-
       R. empezó a invocar palabras creadoras: amor, amistad, esperanza, vida, muerte, placer, brisa del mar, el olor de las rosas...

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