AQUELLA TARDE DE VERANO

       Aun recuerdo aquella tarde de verano, no ocurrió nada especial, o tal vez sí.  Eran las siete de la tarde, aun  el sol cegaba mis ojos,  y las calles irradiaban un calor sofocante que me subía por las piernas y me hacía gotear de sudor. La camiseta se me pegaba al cuerpo, cuando tiraba de ella el fresco del sudor se convertía en un lujo.
-."¿Qué estás pensando?.- no era realmente una pregunta, porque me daban igual sus pensamientos, sólo me interesaba su presencia volver a escuchar su voz perdida en el fragor de las calles de Madrid.
-."Nada".- me respondiste a los pocos segundos, y me lo creí, porque hay ocasiones en las que no pensar o no decir se transforman en el acto más elocuente.
       No era necesario hablar, no era necesario expresar nada, sólo sentir la compañía mutua.
       Anduvimos por la Gran Vía con media sonrisa dibujada en los labios.
-."Estoy cansado. ¿Por qué no subimos a casa y tomamos unas cervezas?".-







       Me pareció una idea estupenda, el cansancio estaba agotando la saliva de mi boca y las calles se me estaban quedando pequeñas.
       Vivías en un pequeño ático pagado a precio de oro, por encima de los viejos tejados del centro, donde los gatos se asomaban a las escuetas troneras de las buhardillas.
       Apoyados sobre una fina barandilla de hierro pintada de verde, contemplábamos la puesta de sol  sobre aquel Madrid maravilloso de aquellos años.
-."¿Sabes?, esto es vida.- le dije.
-."No, ja ja ja, la vida la traes tú cada vez que te veo".- mi dijiste medio borracho.
Aquella tarde fue la más hermosa de mi juventud.

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