UN HOMBRE

         C. era un hombre normal, y cuando paseaba por las calles le gustaba  pasar desapercibido, era uno más. Nunca le gustó destacar, al contrario, prefería sentirse un hombre sencillo,  aunque  estaba lleno de un singular atractivo casi desconocido para él mismo, hasta el punto de que nunca se llegó a plantear siquiera el pensarlo. Su belleza  era serena y masculina, curtida en años de sencillez, de alguna privación, de ilusiones frustradas y de amores incondicionales. Su rostro sereno, sonriente atraía las miradas furtivas de muchos.
          Una de sus sonrisas cautivaba y llenaba los espacios y las soledades se difuminaban con sus palabras llenas de ternura.



         Sí, era un hombre sencillo,  pero sus aspiraciones era profundas y radicales:.
-."Sólo aspiro a amar y ser amado. A ser querido y respetado".-
     Y ese era el mantra que se repetía para sus adentros, como una oración dirigida hacia un cosmos infinito, en el que no se sabe donde llegará.
         Tal vez no ha nacido quien lo merezca, tal vez sólo era mala suerte, pero lo que sí es cierto es que percibía su existencia desde el vértigo de la soledad.
Sin pronunciar palabras, tan sólo con una de sus respiraciones, enviaba mensajes misteriosos:
-."Soy capaz de querer, de esperar, de besar, de cuidar, de mirar en silencio, de recorrer kilómetros para estar un momento a tu lado".-

         Y como una granada, dejaba rebosar el rojo de su sangre y la dulzura de sus frutos, tan rojos, tan abundantes que le rompían el pecho.

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