A LA ALTURA


La situación es demasiado normal para aquel lugar donde nos encontramos; un cementerio del siglo XXI. El sitio que no podemos evitar pisar alguna vez en nuestra vida. Con esta podrían ser cinco las veces que subía a la colina. No era un mal lugar para ser quemado, enterrado o, simplemente encerrado en muros de piedra, tras lápidas de un mármol brillante, pulido con esmero en aquel pareje entre olivos y con la ciudad a tus pies.
Todo allí es demasiado natural. Naturaleza junto a la muerte. Sólo a los pájaros se les permite cantar. Los mismos pájaros que cada mañana te recuerdan que estás vivo. Y vivos estábamos. Al menos nuestro corazón seguía funcionando aunque nuestra mente se encontrara sumergida bajo un mar de vacío inevitable. Allí nos encontrábamos, en un banco de piedra blanca con vetas grisáceas acorde con la arquitectura del lugar. Mi padre, mi hermana y yo. No nos invadía una tristeza enorme, no, eso ya lo habíamos pasado. Sabíamos que el momento iba a llegar, pero no cuándo, y no me gustó que llegara en ese día. A la mierda que tenía sobre mis cada vez más débiles hombros se le sumó el yunque de su muerte. Una sensación muy extraña, pues no es absoluta tristeza o melancolía. Nada fue absoluto; sólo una mezcla de todo que sueltas con un bufido desilusionante: Foff.

Mi abuela era inmortal para mí. Siempre estaba allí sentada, metida en su manta y viendo el canal sur en una habitación tan oscura como una caverna. Siempre estaba alllí con sus pocas fuerzas y sus desvaríos de vieja. Y eso era lo que la hacía única. Porque ella era única, al menos para mí, y eso ya es mucho. Mucho más que el poco tiempo que había pasado con ella, estando ahí, apenas sin escucharla, pero dándole compañia y una sonrisa cada rato. Recordar esos momentos fue el único alivio de escapar por los autocastigos que me producía pensar en los momentos que pude pero no estuve con ella.

Mirábamos hacia abajo. no nos hacía falta hablar. Puff hubiese sido horrible hablar, y más viendo el vertedero que ante mis ojos se estaba formando en aquella sala, en aquel velatorio. Necesitaba aire fresco para escapar del hedor que producía la basura. Sé que ninguno estuvimos a la altura pero cuando vayáis a mi entierro no os peleéis, no mostreis falso interés. No vengáis por cumplir y, por favor, no os llevéis el portatil para comprobar las apuestas deportivas.
Vale, está bien, quizá ni aparezcan una decena de personas, pero creedme que es mejor así.

En aquel entierro ninguno fuimos dignos de estar ante aquel cuerpo que tanto había dado por tantos. Nunca olvidaré, pues está guardado en el corazón. No lo he vuelto a pisar.

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