EL PRÍNCIPE DEL MAR


Debió de ser el notar los granos de arena húmedos en mis dedos. Aquellos granitos masajeaban mis pies, elevando el frío desde las huellas hasta mis hombros. La vista de un inmenso mar bajo un mar grisáceo se anteponía a mis ojos. Con la  cabeza levantada expiro y el vaho deja verse desde mi boca hacia las nubes que taponaban aquel cielo que nos sostenía.
Comencé a andar hacia la orilla, mientras mis huellas marcaban aquella porción de mundo aún virgen. Faltaba tiempo para que cientos de piernas se encontraran en aquel lugar, para pisotearlo, para tirarse encima mientras reciben un sol al que temen.
Para mí no había sol alguno en aquella postal, sino el rumor del oleaje más fino y salino que hayáis podido imaginar. Sólo un mar espejo y las huellas de unos dedos que desaparecían llevadas por el agua.

Siguen durmiendo. Todos siguen durmiendo, hasta tarde, mientras yo salía en busca de lo sostenían mis pasos. No puedo evitar arrodillarme, coger arena mojada, gris como aquella, formada de infinitas porciones de rocas erosionadas; verde, marrón, gris; blanca y negra. Echarme las manos a la cara, a los hombros y al cuello. Dejar que el frío de aquella tierra me penetrara por todo el cuerpo y disfrutar de esto.
Bajo un inmenso horizonte me encuentro en medio de la tranquilidad, conectado con esa porción infinita de mundo dominado por la naturaleza en estado de embriaguez, como si siguiera durmiendo; esperando el despertador de los bañistas matutinos.

Consigo lo que busco. Mis respiraciones se coordinan con el ir y venir de las olas. Mi cabeza se limpia y ya solo contempla lo que ven mis ojos, sin filtros emocionales; sólo agua y cielo.
Me limpio la piel hundiendo la cabeza y mi cuerpo en aquellas corrientes. los ojos cerrados, sintiendo los bancos de peces en las aguas glaciales, como si un príncipe marino fuese.
Lentamente aleteo mis piernas y el agua peina mi pelo hacia la deriva. Salgo a la superficie; sol, voces, piernas. Dejas el mundo para volver al mundo.

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