CIUDAD MÁGICA


Era todo tan mestizo, tan occidental, pero a la vez con la magia de estar en un mundo diferente; en una cultura milenaria donde la mezcla de lo oriental con la modernidad propia de nuestras vidas había engendrado un lugar único en la tierra. un lugar donde vivías dos tipos de días, según si era de noche o de día.

Te despertarás con la imagen de gaviotas surcando un intenso cielo azul, batiendo sus alas sobre los minaretes de las mezquitas. Esta postal acompañada por un intenso y amargo café, acompañado de una tortilla con tomate fresco troceado y un yogurt con nueces endulzado con miel.
De día el calor te hará sudar. Te dejará húmeda tu cabeza y los mojados, cortos y lisos, cabellos traseros dejarán caer las gotas que descenderán por tu cuello hasta ser absorbidos por el algodón de tu camisa blanca o amarilla. Olerás el pan tostado y el té recién hecho al pasar por las calles abarrotadas de turistas, vestidos como turistas, haciendo cosas de turistas. Bermudas, gorras, gafas de sol y protector solar; fotografías, fotografías, quejas, más fotografías y comer helados prefabricados, envueltos en sugerentes envases, patrocinados por modelos. Pero tú no. Tu vistes como si estuvieses en tu casa, como vestía aquella gente que conseguía mimetizarse con el alrededor y no prestaban atención por la costumbre de ver un día tras otro su mismo camino. Aunque no puedes escapar a la magia de los lugares masificados, pues si lo estaban debían ser por algo. Buscando esa magia te encuentras acariciando esas paredes centenarias, milenarias en algunos casos. Pasando tus dedos por las teselas de aquellos mosaicos; los azulejos azules, esmeraldas y granates; en salas ajenas al gentío respirarás hondo, llenando tus pulmones de naturaleza pura en estado vírgen.


Un cosquilleo en los pies por la moqueta de aquellos lugares tan solemnes, donde el incienso evita el olor de aquellos hombres que entraban ya limpios, con los piés aún relucientes por las gotas que les quedaban en los pies tras haberlos limpiado en los pilares mohosos y corroidos de la salida.
Sigues las sombras que se pierden por los callejones, llenos de escaleras de piedra con las que ascendías o descendías por aquellos niveles que la ciudad presentaba, mientras el sol se ocultaba y volvía a salir según las estructuras de las pequeñas edificaciones de madera, coloreadas con colores vivos. Las caras sonrientes de los viandantes te recuerdan que sigue la magia en el ambiente.

Mazorcas de maíz dulce. A eso huelen los parques de día. El momento en el que el azúcar del maíz comienza con la glicación y se dora, dando un aroma , un vapor, que saca la saliva de tu lengua a tus dientes y te invita a entrar en uno de aquellos restaurantes, donde el mayor reclamo no es la carta, sino el olor de las especias. Berenjena asada cordero y puré de patata; acompañado de Aryan fresco y zumo de manzana con hielo para refrescar esa garganta que no has usado y para saciar ese estómago que todavía digería las maravillas que tus ojos acababan de ver.


No hay tarde en este mundo. Todo es día y noche. El contraste más absoluto. Hacía esa típica temperatura que te invitaba a salir. Propia de esas noches veraniegas de la gran ciudad donde la brisa te penetra por el cuello de la camiseta y te mantiene fresco y despierto.
Las calles se abarrotan de un humor más seductor. Un humor que te anima a asomarte a cada espectáculo, a cada escaparate y a cada puesto.
Los turistas dejan sus cámaras por un momento y se adentran por los infinitos callejones abarrotados de restaurantes. Los camareros salen a la puerta de aquellos minúsculos y cálidamente iluminados locales, para invitarte a probar sus pescados en salsa agria de yogurt; sus brochetas de cordero con verduras salteadas. Sus berenjenas asadas con puré de patata te darán la energía para seguir avanzando por aquella magia que invadía ese ambiente nocturno.

El paseo que discurre paralelo al mar, o mejor dicho, entre dos mares, se ve iluminado a lo lejos por miles de locales repletos de jóvenes en busca de amor, de diversión y de olvido. Luna, aroma, sol y mar se mezclan en esta mágica ciudad que tuve el placer de visitar con mi padre, la compañía perfecta para adentrarme en aquel océano de sensaciones, en aquella mezcla de culturas y esos cafés hechos con arena caliente, mientras me embobaba como un crío con aquellos techos dorados. Sé que él también lo disfrutó como yo lo hice. Fue el momento en que más unidos hemos estado; unos días en los que fuimos felices.

Comentarios

PaPyRuS ha dicho que…
Gracias por tu maravillosa prosa, amigo Ulises! Por unos minutos me has transportado al mágico mundo de Las Mil y Una Noches...

Josep
PaPyRuS ha dicho que…
Gracias por tu maravillosa prosa, amigo Ulises! Por unos minutos me has transportado al mágico mundo de Las Mil y Una Noches...

Josep Valls

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