EL DESAMOR

         La tarde experimentó un cambio repentino, inesperado, misterioso.  La naturaleza es imprevisible, eso es una realidad, pero no dejaba de ser sorprendente que una mañana esplendorosa en un día radiante de verano se convirtiera en un crepúsculo de invierno. Y muchas cosas ocurren así, las cosas más hermosas, más llenas de paz y de sentido llegan a convertirse en la experiencia más amarga. El amor es una de esas cosas; de ser la experiencia más intensa, como una luz dorada que envuelve cada rincón de la vida, del presente y del futuro, llega a ser una especie de pesadilla, de enfermedad, de enquistamieto emocional.
         Cuando la persona amada desaparece es una tragedia, pero cuando no ha desaparecido de tu vida, sino que eres tú el que desaparece de la suya, la tragedia llega al horror. Son aquellos momentos en los que se descubre que, en el brillo de los ojos del otro ya no estás tú, ni en sus pensamientos, ni en sus proyectos, ni en nada...simplemente porque se le pasó el momento, porque  sólo sintió algo "mientras duró". Entonces se vive el momento de la persecución, y te dedicas a perseguir su presencia por los rincones, por las calles, es cuando intentas no llamar por teléfono, aparentar que todo te es indiferente. Y la única esperanza es la que te va dando el tiempo. No es fácil renacer de una neurosis exógena, que te ha venido de fuera, sabiendo que no eres tú el culpable...nadie lo es.




         Y las mañanas se hacen crueles, porque se abren los ojos a un mundo vacío, a un mundo donde has sido eliminado, donde no tienes sitio, luego las tardes y las noches se hacen eternas, como la subida a una cumbre interminable.
         Lo único que cabe esperar es la nueva aurora, una génesis total, porque no se puede soñar con revivir, se ha de nacer de nuevo. Es necesario que mueran aquellos recuerdos que fueron los pilares de una forma de vida, es necesario el derrumbe definitivo de la propia arquitectura para volver a edificar de nuevo.

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