LA CALLE

         No es una calle ancha, ni moderna. Tampoco se puede decir que sea una de esas calles medievales asombrosas,no, más bien es una de aquellas que quedan olvidadas de las ordenanzas municipales, una sucesión de edificios anodinos, hijos bastardos de la más mediocre Bauhaus.
         Poca gente pasa por  sus contornos y la cercanía de las construcciones condenaban a aquel carril a la oscuridad y humedad durante meses.  Las pintadas y los grafittis dan un punto de color a los deslucidos mármoles grises, de baja calidad, que cubren algunos zócalos.
         Pero en esa calle a veces entra el sol, se llena de vida al paso de las furgonetas de reparto y las adolescentes se contonean sintiéndose observadas por ocultos ojos tras los visillos amarillentos de los balcones.


         La soledad de la calle da un aspecto misterioso a los papeles caídos en el suelo, a los carteles superpuestos unos sobre otros y arrancados por las esquinas, y es todo ese cúmulo de deshecho, de acontecimientos cotidianos olvidados, lo que verdaderamente ilumina a toda la calle.
         En ocasiones creo que soy una de esas calles, que me pierdo en el océano de la mediocridad, de la monotonía diaria, de la vida en serie para la que fui instruido. Pero quiero dar la oportunidad a esos rayos del sol que entran por mis poros,  que llevo una historia, una ilusión que, posiblemente no conozca ni yo mismo.

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